Tabú en la familia: ¿hablamos ahora o callamos para siempre?

Las personas no decimos todo lo que pensamos… Afortunadamente.

En cualquier familia hay asuntos silenciados, temas de los que no se habla abiertamente o que sólo algunos miembros conocen y los mantienen ocultos al resto. Esto es inevitable. Y no es, de por sí, ni malo ni bueno. ¿Acaso hace falta sacar a la luz todos los secretos? Hay temas que en su día se convirtieron en tabú y tienen que seguir siéndolo para no poner en peligro el equilibrio familiar. Pienso en el caso de una madre que deseó la muerte de su bebé y actúo con él con negligencia durante un episodio depresivo grave; posteriormente, conforme se fue recuperando de su depresión, logró desempeñar los cuidados con amor y aplicación facilitando el desarrollo sano de su hijo. ¿Es necesario que de mayor el hijo conozca esto? Hay aspectos de la crianza que un hijo no siempre está preparado para conocer ni tiene por qué conocerlos, al menos, no en cualquier momento ni de cualquier forma. O cuestiones internas de sus padres como pareja que tampoco tiene por qué llegar a saber nunca.

Sin embargo, en otras ocasiones, no se trata de secretos de unos familiares con otros sino de «un pacto de silencio» de todos en torno a un tema determinado. Casi nunca el pacto está consensuado de manera explícita: a veces viene impuesto por un progenitor y otras es un acuerdo tácito, nunca hablado. No cabe duda de que su finalidad es protectora: el pacto se sostiene en la creencia de que hablar del tema tabú sólo va a producir un daño innecesario a la familia. Por suerte, en la mayoría de los casos, el temor a la destrucción es mucho mayor que el daño real que produce hablar abiertamente del asunto. Recuerdo una familia que padeció la muerte del padre a una edad joven. La madre prohibió a los hijos hablar del padre, retirando de la casa todo objeto que invitara a hablar de él. Tanto ella como los hijos se acostumbraron desde el principio a andarse con rodeos sobre este tema y ninguno se atrevió después a poner las cartas sobre la mesa y romper el silencio sobre la muerte del padre.

Lo penoso de esto es que el afecto que conecta a los familiares en ese instante (el dolor por la muerte del padre) no puede ser compartido, y silenciarlo sólo interrumpe la comunicación entre ellos, al tener que permanecer atentos a que el tema no salga o a dar continuos rodeos para evitarlo. Así se pierde la espontaneidad, y ganan terreno la tensión, la incomodidad e, incluso, aparecen síntomas psíquicos en algunos de los miembros de la familia.

Hablar de los conflictos suele ser un asunto complicado. Por temor a una explosión se demora indefinidamente el afrontamiento de la conversación y de los sentimientos asociados, como aquel padre y su hijo que llevaban dos meses sin hablarse a raíz de una discusión acalorada del padre con la madre en la que el hijo salió en defensa de la madre, y llovieron los malos modos en todas las direcciones. Después de la desagradable escena ninguno de los dos fue capaz de hablar de lo sucedido, de disculparse, de manifestar su dolor con palabras, de comprometerse a evitar situaciones similares en el futuro… Ambos esperaban resentidos que el otro diera el primer paso. Dos meses de silencio entre ellos…

En mi experiencia como psicoterapeuta, lo que he visto innumerables veces es que las familias han sentido alivio cuando se han atrevido a romper el silencio, y la comunicación ha vuelto a fluir entre ellos con todos sus ingredientes: sinceridad en el discurso, versiones diferentes sobre lo ocurrido, expresión de sentimientos, desahogo, naturalidad, etc.

¿Cómo desactivar el «modo silencio» sin causar grandes estragos?

Si usted desea hablar de un tema tabú en su familia, quizás deba tener en cuenta que es importante abordar el tema con tacto, dejando clara la intención constructiva. Los demás miembros puede que no estén igual de preparados que usted para nombrar lo silenciado, por lo que es conveniente ir despacio y contar de antemano con las más que probables resistencias de ellos a hablar abiertamente de esto. Cada persona tiene su ritmo. Y, por supuesto, como no todos ustedes tienen por qué sentir lo mismo ni compartir las opiniones hay que estar preparados para aceptar la diversidad y oír cosas que a lo mejor no espera.

Si aun así sigue decidido a dar el paso, considere que la primera conversación puede servir para poner una semilla y no necesariamente para recoger los frutos deseados. Tenga paciencia. Nadie dice que sea fácil.

Lo que está claro es que el olvido no es siempre la mejor de las soluciones: el tiempo no lo cura todo o, valga el juego de palabras, no siempre cura a tiempo.

Daniel González
Psicólogo en Sevilla especialista en Psicología Clínica y Psicoterapia

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