Dos de los partidos más esperados cada temporada por los jugadores y aficionados de cualquier equipo son los que tienen lugar contra su máximo rival.
Es evidente que, además de los puntos o de la clasificación para otra ronda, en este tipo de encuentros se juegan otras cosas que exceden lo deportivo.
Las pulsaciones que genera un derbi, cuando es vivido intensamente, son incomparables a las del resto de partidos, por mucho que los entrenadores repitan que los puntos disputados son los mismos que contra cualquier otro rival. Eso se sabe con la cabeza… pero lo que despierta un derbi va directo al corazón.
¿Qué lo hace tan especial? Un derbi nos remite a algunas de las etapas iniciales de nuestro proceso de socialización, cuando nos enseñaban a disimular algunos sentimientos «mal vistos» en nuestra cultura. Ahora, gracias a estos encuentros, los aficionados podemos conectar de nuevo con aquellos sentimientos y regodearnos en actitudes que no son políticamente correctas fuera del marco del deporte.
Vanagloriarse de la victoria, despertar envidia en el prójimo, jactarse de su desgracia, reírse de su inferioridad forman parte de estos partidos, por mucho que sepamos que las comparaciones son odiosas en otros contextos familiares y sociales.
No cabe duda de que, sea por proximidad geográfica, o por una historia de títulos y presupuestos similares, los derbis despiertan «rivalidades fraternas» con más facilidad que cualquier otro partido de la temporada.
Mientras se permanezca en el plano deportivo, es incluso sano dar rienda suelta a estas pasiones y tolerarlas en el adversario, con la tranquilidad de no estar poniendo en peligro la relación entre las dos partes.
En ciudades como Sevilla, por ejemplo, la máxima rivalidad se vive al límite, con bromas ingeniosas que circulan como la pólvora entre los aficionados al fútbol cada vez que se acerca un enfrentamiento entre el R. Betis y el Sevilla FC.
Generalmente sabemos establecer bien la diferencia entre personas y roles: aquellos que son nuestros mayores enemigos deportivos puede que nos hayan demostrado ser grandes amigos, excelentes compañeros y familiares entrañables.
El problema surge si la identificación con el club alcanza un grado tal que la propia identidad se confunde con el equipo, y lo deportivo se mezcla con lo personal, llegando el hincha a sentirse con derecho a atacar a cualquier representante de la otra entidad.
Afortunadamente, al menos en Sevilla, lo que predomina alrededor de un derbi es el buen humor, la ironía, la gracia y el control de los impulsos.
¿Acaso un derbi no es una buena oportunidad para que los menores aprendan a tolerar la frustración, a tragarse su orgullo, a levantarse de los fracasos, a sentirse envidiados?
De modo parecido, los cuentos infantiles ayudan a los niños a experimentar todas estas sensaciones, y les enseñan a evitar la comparación con el semejante a la hora de valorarse a sí mismos como personas.
Pero disfrutando un derbi intensamente, no necesitamos empatizar con los personajes de un cuento para saber lo que se siente en esas situaciones. Aquí la pasión se vive directamente.
De hecho, en estos enfrentamientos deportivos también es parte del juego la típica disociación (ellos-nosotros; buenos-malos) de las narraciones infantiles.
La comparación es prácticamente inevitable. Y cada derbi, una aventura. ¿Cómo se resolverá?
Atrás quedaron los cuentos de hadas: cuando termine el partido, no necesitaremos una Cenicienta con su príncipe azul, para sentirnos dichosos; ni la malvada madrastra de Blancanieves, para ser objetos de la mirada envidiosa del eterno contrincante.
El pitido final nos dejará en el lado vencedor, como protagonistas del cuento, o con el dolor de la derrota, anhelando con resentimiento el éxito de nuestro máximo rival, porque sabemos que incluso un reparto de puntos dejará a uno de los dos equipos con más sabor a victoria que al otro.
¿Se acerca un derbi? Quizás sea buen momento para sugerir que nos tomemos todo esto como lo que es: un juego… Pero sabiendo que nos jugamos muchas más cosas que ganar el partido. ¿Preparados para sufrir? ¡Comienza el espectáculo!
Daniel González
Psicólogo en Sevilla especialista en Psicología Clínica y Psicoterapia