El tema de la obesidad está alcanzando más visibilidad en los últimos tiempos debido a que se ha convertido en un serio problema de interés general: la tasa de prevalencia está adquiriendo tal tendencia ascendente que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera ya la obesidad como la Epidemia Global del siglo XXI. En concreto, en España el número de casos se ha triplicado en los últimos años, llegando la obesidad a estar presente en el 14% de las personas de edades entre los 2 y los 24 años, y el sobrepeso en el 26% de dicho rango de edad.
¿Qué es lo que sucede: han llegado generaciones de niños más glotones o hemos cambiado los estilos de vida?
Sin duda, los niños hacen cosas de niños, como han hecho siempre: buscar el placer. Lo esperable es que su conducta esté guiada por el impulso hacia lo placentero, más que por el freno de la razón. De modo que será a los adultos a quienes nos corresponda inculcarles hábitos de vida saludables para que el sobrepeso no sea un problema en sus vidas, ni ahora ni en el futuro.
Si ya nos cuesta a nosotros bastante trabajo renunciar a las cosas que nos gustan, a nuestros pequeños «vicios», como la adicción al azúcar de la mayoría de la población, ¿cómo vamos a esperar que parta de los propios niños el esfuerzo de privarse de sus comidas favoritas: bocadillos, pizzas, hamburguesas, helados y galletas? Demasiado ricas están y demasiadas obligaciones tienen a lo largo de su jornada como para que se planteen siquiera renunciar a uno de sus mayores disfrutes diarios.
Somos los adultos los primeros que debemos saber que la obesidad aumenta el colesterol y el riesgo de enfermedades coronarias; que aumenta la probabilidad de padecer diabetes y que disminuye la capacidad de acción de la insulina; que está implicada en enfermedades hepáticas, en patología biliar; en trastornos del sueño, dermatológicos, neurológicos; que en los menores se asocia a una autoestima baja, a la sensación de no encajar con los chicos de su edad y al fracaso escolar.
La obesidad infantil no es ninguna tontería. Por eso los ciudadanos no podemos quedarnos de brazos cruzados mientras se cumplen o no los acuerdos entre el gobierno y las empresas para reducir los contenidos de azúcar, grasas y sal en los alimentos. ¡Somos responsables de nuestros menores y de ofrecerles una infancia sana con perspectivas futuras de salud!
¿Qué tipo de cuerpo queremos para ellos: un cuerpo que funcione como aliado del disfrute y de la calidad de vida o un cuerpo como obstáculo para las actividades más básicas del día a día? ¿Estamos comprometidos con esto que deseamos para ellos? ¿Les organizamos su jornada diaria atendiendo a estos propósitos?
En el próximo post seguiremos abordando este tema de la obesidad infantil y de sus implicaciones en la calidad de vida.
Daniel González
Psicólogo en Sevilla especialista en Psicología Clínica y Psicoterapia