La muerte, el duelo y las contradicciones sociales

La muerte de personas cercanas con las que hemos compartido tiempo y experiencias irrepetibles nos deja temporalmente despojados de recursos para afrontar la realidad, con el mundo interno desconfigurado y preguntándonos, sin respuestas, por el sentido de la vida. Suelen ser momentos duros, que nos hacen sentirnos frágiles y vulnerables, más necesitados que nunca de compañía, de apoyo sincero, de escucha empática, de comprensión, de desahogo.

El duelo es un proceso que tradicionalmente se ha resuelto en sociedad, facilitado por los ritos colectivos propios de cada comunidad y mediante técnicas tan cotidianas como efectivas como son las muestras de afecto, el acompañamiento de nuestros seres queridos, conversaciones sobre el difunto, recordarlo con naturalidad…

La sociedad española actual, sin embargo, está tendiendo a acortar apresuradamente los procesos de duelo: por un lado, debido a la incomodidad de afrontar los sentimientos de tristeza y vacío asociados a la pérdida, tanto en uno mismo como en los allegados; por otro, por la necesidad de no quedar demasiado tiempo desenganchados de la cadena de producción y consumo.

La cuestión es que el apoyo social está dejando de ser una referencia para elaborar las pérdidas y, como consecuencia, muchas personas en duelo no encuentran más remedio que buscar el alivio en el ámbito sanitario, solicitando a su médico de familia algún tratamiento farmacológico o la derivación a la Unidad de Salud Mental.

La paradoja de esta sociedad es que, mientras lloramos a escondidas la muerte de nuestros familiares para no preocupar a los que nos rodean, nos solidarizamos con los afectados por tragedias publicadas en los medios de comunicación. Podría decirse que la sociedad está en un punto de disociación que nos sitúa en un extremo ante las pérdidas cercanas y en el opuesto ante las que nos retransmiten los medios informativos. En estos últimos casos parece que sí nos permitimos empatizar con los afectados y conmovernos profundamente con el dolor ajeno, no tenemos reparo en hablar con los amigos de lo sucedido, demostramos sensibilidad, salimos a la calle unidos por el dolor.

¿Por qué nos atraen tanto este tipo de desgracias? ¿Por puro morbo? No creo que sea sólo una cuestión de morbo. Probablemente también haya algo de eso, pero no quiero desviarme. En mi opinión, estas tragedias mediáticas (en el buen sentido de la palabra) son un motivo para fortalecer los lazos sociales y refrendar nuestros principios de convivencia, otorgándonos un sentido de identidad colectiva.

Ahora bien, cuando se trata de pérdidas cercanas, a falta de espacios informales para compartir su dolor, muchas personas encuentran una alternativa en las redes sociales. En este sentido, es habitual leer en facebook la expresión abierta de algún doliente acerca de su amor al familiar o amigo fallecido así como su gratitud por el apoyo recibido de sus seguidores. Aunque estas muestras de condolencia no sustituyen a un abrazo real, proporcionan cierto alivio al ver que hay respuestas a nuestra expresión de dolor. Pero, ¿no estará ocurriendo aquí lo mismo que con las muertes conocidas a través de la prensa? ¿No estaremos confundiendo «compartir» con «publicar»? ¿Nos conformaremos con hacer clic en Me gusta para mostrar nuestro apoyo en las situaciones más dolorosas?

Desde mi punto de vista, y en términos generales, las redes ofrecen más una certificación de los valores socialmente aceptados que un acompañamiento genuino al doliente. Pero quiero aclarar que el problema no creo que esté en las redes sino en pretender que estas sean un sustituto de la experiencia directa. A fin de cuentas, por muy logrado que esté, un emoticono jamás podrá ser aquello que representa.

Daniel González
Psicólogo en Sevilla especialista en Psicología Clínica y Psicoterapia

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