Identidad colectiva: un espejismo compartido

La identidad hace referencia al concepto que una persona tiene de sí misma, asociado al sentimiento de permanencia en el tiempo. Gracias a ella, las personas creemos que somos las mismas desde siempre y que los conocimientos, aprendizajes, experiencias nos afectan pero no producen cambios sustanciales en lo más esencial de nuestra existencia.

 ¿Estática o variable?

La realidad, sin embargo, es que, si observamos nuestra propia evolución personal, podemos comprobar que, además de los cambios sufridos en el cuerpo por el paso de los años, modificamos nuestro sistema de creencias, los valores, los gustos, las actitudes; que atribuimos distintas significaciones a experiencias pasadas; que no dejamos de adquirir nuevos recursos para superar las frustraciones, etc. ¿Qué será, entonces, eso que permanece idéntico?

En este punto podríamos afirmar que la identidad no es más que una ficción sobre nosotros mismos que nos da consistencia para movernos con sentido por la vida.

 

Unidos por una ilusión

Por otra parte, cuando algunos de los ideales, rasgos u opiniones de unos individuos son compartidos por otros, se produce un proceso de identificación entre ellos que puede culminar en la construcción de una identidad colectiva. Esto explica el sentimiento de pertenencia a una nación, a un partido político, a una religión o a un equipo de fútbol, por poner sólo algunos ejemplos.

 

Una ficción compartida

Como es lógico, la ilusión de estabilidad y constancia que nos da la identidad individual también la encontramos en la identidad colectiva. Así, es posible que, por ejemplo, una nación conserve durante siglos el nombre, la bandera, el escudo y, con suerte, los límites geográficos; sin embargo, los miembros que la integran –tanto dirigentes como ciudadanos- nunca son los mismos, sus modelos económicos están en continua revisión, las alianzas con otros países dan giros de 180°, sus normas de convivencia no dejan de amoldarse a los nuevos valores socioculturales e, incluso, su arquitectura, en constante evolución, va cambiando la apariencia del paisaje con el transcurso de los años. Tal vez quepa preguntarse en qué consiste esa abstracción en torno a la cual nos unimos las personas para sentirnos parte de una nación e identificarnos con ella hasta el punto, en algunos casos, de dar la vida por defenderla.

 

Ellos vs nosotros

Los elementos alrededor de los cuales un grupo se forma, se cohesiona y encuentra su sentido de existencia actúan como referentes identitarios para sus miembros. Pero, para formar una identidad colectiva, no es suficiente con que unos individuos asuman los mismos ideales; es necesario, además, que se sientan diferentes a otros grupos o a otras personas que no los comparten y que esta diferencia sea reconocida socialmente. Por cierto, de esta oposición llevada al extremo es de lo que se sirve el fanatismo para dar rienda suelta a la agresividad.

 

La identidad colectiva no es muy amiga de lo diferente

Un colectivo necesita que lo diferente esté fuera, para así existir y reafirmarse como colectivo y, por supuesto, no quiere diferencias en su seno. Puesto que la identidad colectiva no puede sostenerse si desaparecen las identificaciones entre los miembros que forman el conjunto, las diferencias individuales y las discrepancias internas ponen en peligro la existencia y la continuidad del colectivo. Con esta premisa, puede resultar complicado para una persona manifestar -a veces incluso pensar- opiniones contrarias a los valores del propio grupo.

 

La identidad colectiva no es lo más auténtico de cada uno

Continuamente comprobamos cómo muchas de las respuestas dadas en nombre de un colectivo están movidas por el deseo de preservar el grupo más que por la lógica de sus argumentos. Pensemos, por ejemplo, en la fidelidad de algunos votantes con su partido político a pesar de que, una vez ha llegado al poder, el partido no tiene reparos en tomar medidas contrarias a las de su programa electoral. ¿Qué ha sucedido aquí? Que lo afectivo -el sentimiento de pertenencia al grupo- ha logrado mermar la capacidad crítica de sus miembros para revisar los razonamientos internos y ha dado prioridad a la necesidad de seguir sosteniendo el sentido de identidad colectiva.

 

Donde dije «Digo» digo «Diego»…

Las opiniones contrarias manifestadas a título individual desde el interior del grupo no suelen ser bien recibidas. En cambio, siguiendo con el ejemplo anterior, lo que nos ha mostrado el partido político como organización es que un grupo en su conjunto -generalmente alimentado por las pasiones- sí puede evolucionar en un sentido opuesto al de los valores que originalmente lo constituyeron y aun así seguir persistiendo como grupo.

Daniel González
Psicólogo en Sevilla especialista en Psicología Clínica y Psicoterapia

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