Freud, en un periodo que podríamos llamar prepsicoanalítico, intenta explicar el origen del deseo humano mediante un modelo muy ligado aún a la fisiología y al esquema del arco reflejo, según el cual la actividad psíquica se inicia en el polo sensorial (o perceptivo) y termina con una respuesta motora.
Freud describe el advenimiento del acto de desear de la siguiente manera:
La emergencia de una necesidad en el organismo del recién nacido (por ejemplo, el hambre), produce tensión en el sistema nervioso; en su búsqueda por mantenerse libre de excitación, el aparato psíquico ensayará una salida a través de la motilidad y tratará de descargar la tensión a través del llanto; sin embargo, esta descarga no será suficiente para eliminar la tensión. Lo que la necesidad requiere para quedar satisfecha es una acción específica: en el caso del hambre, el acto de comer.
Cuando la necesidad queda cubierta por primera vez, tiene lugar una vivencia de satisfacción. Desde ese momento, quedan asociadas en la memoria la huella de la necesidad (hambre) y la de la satisfacción. Es importante señalar que la primera vez que aparece el objeto de la necesidad, el bebé no lo ha buscado, ya que todavía no tiene una representación psíquica de él. Podemos decir que la necesidad satisfecha era una necesidad pura, sin mediación psíquica aún.
La idea clave de la concepción freudiana del deseo está aquí: cuando la necesidad vuelva a activarse se producirá una moción psíquica en sentido regresivo -desde el punto de vista del arco reflejo- dirigida a investir la imagen mnémica de aquel primer objeto, y no a un objeto real capaz de satisfacer la necesidad actual. Por decirlo en términos más sencillos, el bebé buscará la satisfacción alucinando el pecho, sin capacidad todavía para diferenciar una alucinación de una percepción.
La realización del deseo, aunque ha partido de una experiencia vivida en el plano de la necesidad, es totalmente ajena a ella, pues si la necesidad se satisface con una acción específica, el deseo se realiza a través de la identidad de percepción, es decir, mediante el reencuentro alucinado con ese objeto perdido. Por este derrotero, la búsqueda del objeto del deseo queda separada del impulso a la supervivencia, siguiendo un camino que conduce a la desadaptación del organismo. El objeto buscado es un objeto perdido para siempre; más aún, su pérdida fue la que inauguró el acto de desear: es la pérdida de ese primer objeto la condición indispensable para que surja el deseo como moción psíquica dirigida al exterior.
Esta peculiaridad de estar asociado a una falta es la que explica que el deseo humano siempre quede insatisfecho y que su desplazamiento de objeto en objeto sea infinito.
Daniel González
Psicólogo en Sevilla especialista en Psicología Clínica y Psicoterapia