Hasta hace no mucho existía una tradición en China consistente en vendar los pies de las niñas y mantener las vendas apretadas durante toda la vida para conseguir que estos adoptaran una forma similar a la de la flor de loto. Sobre los fines de esta práctica existen diversas hipótesis que no me detendré a analizar. El caso es que con ella se impedía el crecimiento de los pies, a costa de deformaciones terribles.
En nuestra sociedad, cuando estamos excesivamente pendientes de los menores, sin apenas dejarles espacio, controlando continuamente sus movimientos y corrigiendo cada conducta producimos en ellos ese mismo efecto de «pies de loto» que lograba la tradición oriental: les dificultamos que crezcan como personas, que adquieran autonomía y que se desenvuelvan con independencia. Permanecerán pequeños -como los pies de esas niñas chinas-, con su autoimagen deformada y la autoestima dañada.
¿No es preferible que actuemos con los menores como buenos zapatos: esos que dan calor en los días fríos pero que transpiran, que protegen del exterior sin apretar, que proporcionan estabilidad a la vez que son flexibles? Porque no se trata de abandonarlos a su suerte ni de dejar que se lastimen por andar por donde no deben, sino de aportarles las bases necesarias para que pisen fuerte y puedan avanzar con paso firme. ¿No es esto lo que queremos para ellos? ¿O alguien prefiere niños como pies de loto?
Daniel González
Psicólogo en Sevilla especialista en Psicología Clínica y Psicoterapia